La
edad de inicio de consumo de sustancias es cada vez más precoz. Ese inicio tan temprano en la adquisición de
conductas de consumo repercutiría de manera considerable en la vida de los
adolescentes (Echeburúa y Corral, 1996) y tendría múltiples consecuencias en su
vida adulta (Hidalgo y Redondo, 2005).
En
España, la mayoría de jóvenes adolescentes consumen alcohol y tabaco, y se ha
visto aumentado el uso de otras drogas de carácter ilegal, destacando el
cannabis o la cocaína. El abuso de sustancias en el periodo de desarrollo de la
personalidad así como de la identidad de la propia persona es algo cuanto menos
preocupante, ya que existe una alta probabilidad de que estos jóvenes presenten
trastornos mentales o de la personalidad de cara a su futuro. Su funcionamiento
cotidiano se verá trastocado, alterando su conducta, emociones y pensamiento,
sin desarrollarse de manera ajustada. Del mismo modo, preexisten junto al consumo
dificultades académicas, absentismo, fracaso o abandono escolar; problemas de
carácter familiar, destacando sobre todo en la relación con los progenitores;
así como en el ámbito social,
La adolescencia abre la puerta a un
nuevo mundo que conlleva importantes y profundos cambios no sólo en la propia
imagen del individuo y en la manera de interactuar con sus iguales y el resto
de personas, sino que se extiende a nuevas formas de pensamiento. Los
adolescentes alcanzan un nuevo y superior nivel de pensamiento que va a
permitirles concebir los fenómenos de manera distinta a como lo habían hecho
hasta entonces. Este pensamiento, caracterizado por una mayor autonomía y rigor
en su razonamiento, se ha denominado pensamiento formal o desarrollo moral. Así, el desarrollo moral incluye las creencias
en valores y el entendimiento de las reglas de la sociedad. Según Kohlberg, el
desarrollo moral parece evolucionar y complicarse progresivamente a lo largo de
la adolescencia y hasta la edad adulta.
La aparición prematura del
problema hace importante la valoración y conocimiento de los factores de riesgo
implicados en el inicio del consumo de drogas en esta edad, con el objetivo de
establecer estrategias preventivas.
- El estrés es un factor
asociado a la conducta adictiva (Nadal, 2008). La adolescencia va acompañada de
un aumento del estrés vital, ya que implica hacer frente a una serie de retos y
nuevas obligaciones que coinciden con los cambios biológicos y físicos de la
pubertad y con fluctuaciones en el funcionamiento emocional, cognitivo y social.
- El papel de esquemas cognitivos (patrones
de pensamiento sobre el mundo que nos rodea) relacionados tanto con la
dificultad para ejercer el autocontrol como con sesgos en la visión del sí
mismo (Barry et al., 2008). En particular, en 1993 se propuso la existencia de
un dominio de esquemas cognitivos disfuncionales que se asociarían a problemas
tales como la conducta agresiva y las adicciones, siendo estos: Grandiosidad
y Autocontrol Insuficiente.
El primero asociado a la
creencia de que tienen derechos y privilegios por encima de los demás; son
superiores, sintiendo una elevada frustración e incapacidad para aceptar los
límites reales de la vida. No soportan un “no” y quieren todo aquello que
desean de manera inmediata.
Y por otro lado, el segundo, muy
relacionado con el anterior, hace referencia a la creencia de que uno carece de autocontrol para
lograr los objetivos personales o para controlar la excesiva expresión de los
impulsos propios.
En
esta misma línea, la falta de límites por parte de los progenitores podría actuar como factor de riesgo
para el consumo de drogas, especialmente cuando se combinan con un estilo
impulsivo de resolución de problemas (Calvete, 2008). El deseo de obtener
gratificaciones inmediatas junto con una elevada impulsividad impide la
reflexión sobre las consecuencias de una conducta, en este caso del consumo. De
hecho, numerosos estudios han relacionado la impulsividad con el consumo de
drogas (Fantín, 2006; Nadal, 2008). Este tipo de límites hacen referencias a
pautas tales como (Calatayud, 2015):
Dadle
todo cuanto desea
Reídle
todas sus groserías, tonterías y salidas de tono
No
le deis ninguna formación espiritual, “que elija cuando sea mayor”
Nunca
le digáis que lo que hace está mal
Recoged
todo lo que vaya dejando tirado
Dejadle
ver y leer todo
Padre
y madre, discutid delante de él
Dadle
todo el dinero que quiera
Que
todos sus deseos estén satisfechos al instante
Dadle
siempre la razón
Finalmente,
los rasgos de personalidad de base, son un factor determinante implicado en el
consumo de sustancias. Las personas más necesitadas de estímulos serán más
propensas a realizar comportamientos que implican estimulación y riesgo (Pérez
y García-Sevilla, 1986) y, por lo tanto, tendrán una mayor probabilidad de usar
drogas. Teichman (1989), considera que la búsqueda de sensaciones es mejor
predictor del uso de drogas que la ansiedad o la depresión. En este sentido,
Luengo (1996), afirma que la búsqueda de sensaciones es una variable relevante
para diferenciar los consumidores de los no consumidores en adolescentes. Los
adolescentes prosociales, asertivos y socialmente hábiles son menos propensos a
consumir sustancias.
Resulta
especialmente relevante destacar que el inicio temprano de consumo de
sustancias, junto con las conductas disfuncionales asociadas al mismo,
incrementa la dificultad de abandono de la sustancia en la edad adulta, siendo
un factor de riesgo asociado para el mantenimiento prospectivo de la
abstinencia
Por todo
ello, es importante fomentar en los adolescentes una buena base para
relacionarse socialmente de manera ajustada, promoviendo seguridad, una buena
autoestima, un estilo de comunicación basado en la asertividad, así como un
adecuado manejo de la frustración y la espera de la recompensa. Los jóvenes
deben adquirir responsabilidades a las que hagan frente de manera
satisfactoria, por mera motivación interna, esperando la satisfacción personal
y el mantenimiento de una autoestima elevada, promoviendo así una actitud de no
consumo.